Tras el accidente nuclear de Chernóbil en 1986, se descubrieron hongos capaces de sobrevivir y prosperar en entornos con altos niveles de radiación. Estos hongos, conocidos como radiotróficos, utilizan la melanina para convertir la radiación gamma en energía química, un proceso similar a la fotosíntesis, denominado radiosíntesis.

El hallazgo de estos hongos ocurrió en 1991, cuando los científicos encontraron colonias dentro del reactor nuclear de Chernóbil, donde la radiación es letal para la mayoría de los organismos. Algunas de las especies identificadas incluyen Cladosporium sphaerospermum, Cryptococcus neoformans y Wangiella dermatitidis. Su resistencia a la radiación se debe a su alto contenido de melanina, un pigmento que absorbe la energía radiactiva y la transforma en una fuente de energía utilizable.

Este fenómeno ha despertado gran interés en la biotecnología y otras áreas científicas. Por ejemplo, los hongos radiotróficos podrían ser clave en la creación de bioescudos radioprotectores para proteger a los astronautas en misiones espaciales o para reducir la exposición a la radiación en plantas nucleares y hospitales. Además, su capacidad para crecer en ambientes contaminados los convierte en candidatos ideales para la remediación ambiental, ayudando a limpiar zonas radiactivas al absorber y descomponer materiales contaminantes.

El estudio de estos hongos extremófilos no solo amplía nuestro conocimiento sobre la adaptación a condiciones extremas, sino que también abre la puerta a aplicaciones innovadoras en diversos campos. Desde la exploración espacial hasta la biotecnología, la naturaleza ha demostrado una vez más su capacidad para encontrar formas de vida donde parecía imposible.

MVZ ESPECIALISTA ELSA DIÉGUEZ B.