El Chicle: Aunque el chicle se ha consumido en diversas culturas, permaneció como un producto natural de consumo local durante siglos, tiene sus orígenes en México. Mucho antes de que se convirtiera en un fenómeno comercial, las civilizaciones mayas y aztecas ya masticaban la resina del árbol de chicozapote (Manilkara zapota).
Fue el mexicano Antonio López de Santa Anna expresidente de México, durante su exilio en Nueva York, Santa Anna llevó consigo una cantidad de chicle con la esperanza de venderlo como sustituto del caucho para fabricar neumáticos. Sin embargo, sus intentos fracasaron, y el invento cayó en manos de Thomas Adams, un empresario que experimentó con la resina y descubrió que podía convertirse en una goma de mascar, popularizando el uso de la resina del árbol para hacer chicle en el siglo XIX.
En 1871, patentó la primera goma de mascar y, al agregarle sabores como menta y frutas, el chicle se volvió popular.
A comienzos del siglo XX, el chicle se consolidó como un producto de consumo global. Su popularidad se disparó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno de Estados Unidos lo incluyó en las raciones de los soldados. Al masticarlo como una forma de aliviar el estrés y mantenerse alerta, los soldados ayudaron a expandir su popularidad en diferentes países. Después de la guerra, las compañías aprovecharon este impulso y crearon nuevas variedades, incluyendo chicles sin azúcar y opciones con diferentes sabores.
Este invento se convirtió en un producto comercial que ha perdurado hasta nuestros días.
Más que un simple dulce, el chicle es un legado cultural con raíces profundas en México. Su evolución, desde un hábito prehispánico hasta una industria global, demuestra cómo una tradición milenaria pudo transformarse en un producto de consumo mundial que sigue deleitando.
Maestra en Culturas: Elsa Diéguez B.